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Sin la fe no hay salvación (página 2)



Partes: 1, 2

Esta manera de entender la fe, como una opción
personal, es la que se sobreentiende en la famosa "apuesta de
Pascal", quien consideraba que ante la duda de si Dios existe o
no, la apuesta no podía ser dudosa: Había que
apostar en favor de la existencia de Dios, es decir, había
que someterse a la fe en él, pues, aunque no
existiera, nada se perdía con haber creído,
mientras que, si existiera, se habría ganado todo,
precisamente por haber tenido fe.

Pero esta "apuesta" dice muy poco en favor de Pascal
desde el punto de vista de su propia rectitud intelectual y desde
el punto de vista de su concepto de esa divinidad en la que
"convenía" creer. Sería realmente triste que dicha
divinidad juzgase, salvase o condenase por el hecho de que uno se
guiase de su propia racionalidad a la hora de afirmar o negar su
existencia, o de abstenerse de juicio mientras no tuviera bases
suficientes para afirmarla o para negarla.

En relación con la actitud que deba mantenerse
respecto a la fe en su relación con la veracidad tiene
interés reflejar las palabras de B. Russell
cuando escribe:

"el verdadero precepto de la veracidad […] es el
siguiente: "Debemos dar a toda proposición que
consideramos […] el grado de crédito que esté
justificado por la probabilidad que procede de las pruebas que
conocemos""[43].

Sin embargo, parece que los dirigentes católicos
pretenden conseguir con sus "verdades de fe" determinados
objetivos como los siguientes:

1) Presentarse a sí mismos como portadores de un
mensaje misterioso, pero necesario para la obtención de la
"eterna salvación";

2) Aparentar ante la gente que ellos están en
contacto directo o indirecto con un Dios que les informa de sus
mensajes y doctrinas para que las prediquen a los
hombres;

3) Protegerse a sí mismos de cualquier
crítica contraria a las doctrinas que pretenden imponer a
partir de una supuesta autoridad sobre los "fieles" de su
iglesia, pues, cuando tales contenidos puedan ser racionalmente
criticables, la mejor forma de mantener su autoridad acerca de su
valor es recurrir a la autoridad divina, de la que
supuestamente ellos serían los "embajadores" y
"pontífices" –hacedores de puentes-, entre su Dios y
el resto de los mortales, como si Dios –en el caso de que
existiera y fuera omnipotente-, no hubiera tenido poder
suficiente para comunicarse directamente con cada uno de los
seres humanos.

Por otra parte, estos dirigentes, si más adelante
advierten que le conviene corregir alguna doctrina en cuanto la
Ciencia haya puesto de manifiesto su falsedad, en tal caso y para
no perder autoridad entre sus fieles, tratarán de
amoldarse a las evidencias científicas considerando que su
anterior doctrina se había interpretado mal o que se
trataba de una metáfora, o sirviéndose de cualquier
otra explicación que le permita seguir afirmando
dogmáticamente lo que le convenga, sin que la
Ciencia o la razón puedan quitarle autoridad, tal como
sucedió en el caso de la defensa del heliocentrismo por
parte de Galileo en el siglo XVII o como en el de la defensa del
evolucionismo por parte de Darwin en el XIX, teoría
científica contra la que el fundamentalismo cristiano
sigue dando sus agónicos coletazos mediante su actual
defensa recalcitrante del mito creacionista.

En definitiva, ¿qué autoridad
podrían tener los dirigentes católicos para exigir
que se tuviera fe en sus palabras y en sus dogmas? En cuanto la
fe y la religión en general van ligados al fanatismo y a
la intolerancia, habría que concienciar a la sociedad de
la conveniencia de desenmascarar a quienes, después de
tantos siglos de fraudes, robos y asesinatos, todavía
pretenden seguir manipulando a niños y jóvenes para
conseguir con ellos el reemplazo de quienes, gracias a la fuerza
de la cultura y de la racionalidad, se han ido liberando de sus
garras[44]

Fe y veracidad
como
actitudes contradictorias

Como ya se ha visto, de acuerdo con muchos de los
planteamientos anteriores los dirigentes de la Iglesia
Católica consideran la fe como una
condición necesaria para la salvación,
pero al mismo tiempo y de acuerdo con los mandamientos de
Moisés exigen igualmente no mentir o, lo que es lo mismo,
ser veraces.

Ahora bien, en cuanto la fe implica aceptar
como verdad algo de lo que no se sabe que lo sea, mientras que la
veracidad implica reconocer como verdad sólo
aquello de lo que se sabe que lo es, estas actitudes son
realmente contradictorias entre sí
.

¿Podrían los agentes del Vaticano
defenderse de la crítica a su doctrina acerca de deber
de someter la razón a la fe
, es decir, a la
aceptación irracional de aquellos absurdos que ellos
decidan que hay que creer?

Ante esta situación de perplejidad por la
contradicción de sus doctrinas y por su obstinación
en que deben ser creídas, a pesar de lo que diga
la razón o el simple sentido común, los oligarcas
de la Iglesia Católica declaran con insistencia que hay
que creer en las doctrinas que ellos proclaman argumentando que
se encuentran por encima de la razón humana.

Intentando razonar con alguno de ellos, nos
diría:

-¡Se trata de un "misterio" y hay que "creer" en
su verdad, aunque la razón no alcance a
comprenderlo!

Y a estas palabras se le podría
replicar:

-Pero, si es un misterio, es decir, si se trata de algo
que la razón no puede llegar a comprender,
¿podrías explicarme qué camino has seguido
tú para llegar a conocer su verdad?

Y la conversación podría continuar
así:

-¿Para qué te crees que está la fe?
La fe la da Dios y su valor es infinitamente superior al de la
razón y, además, como ya decía "San
Agustín", "nisi credideritis non intelligetis", o, dicho
en castellano, "si no creéis, no
entenderéis".

-Pero, ¡qué suerte la tuya, que sabes
qué doctrinas hay que creer a pesar de no disponer de
ningún argumento en su favor! ¿Podrías
indicarme al menos algún indicio para saber al menos
qué doctrinas debo creer, al margen de que no pueda
razonarlas? Pues el caso es que yo no sé cómo
podría aceptar los dogmas de tu iglesia o los de cualquier
otra sin atentar contra el precepto de ser veraz, el cual me
exige que sólo otorgue mi asentimiento a las proposiciones
que se me presenten como verdaderas, pero que no asuma como
verdadero aquello que otro me diga por el simple hecho de que me
asegure que ha hablado con Dios o que hay en su interior una
especie de lucecita que le dice "¿esto es verdad!".
Además, ¿cómo se pueden aceptar como verdad
doctrinas que no sólo son incomprensibles sino que incluso
van en contra de la propia razón?

-Ya te he dicho que el mérito de la fe consiste
en aceptar doctrinas que son incomprensibles para el ser humano y
que humillan la soberbia de su razón. Y, sin duda alguna,
aunque ya sé que hay "falsos profetas", nosotros somos los
intermediarios de Dios en quienes tienes que creer. Para
pertenecer al número de los escogidos hay que humillar la
propia racionalidad como un instrumento maligno que nada
representa frente a ese don formidable de la fe que Dios
envía a todo aquel que reconozca la insignificancia de su
razón frente al carácter inconmensurable de su
sabiduría infinita.

-Tus palabras suenan bien y pareces muy seguro de lo que
dices, pero sigo encontrando en ellas demasiados aspectos oscuros
que quisiera entender. Dejando a un lado el problema de la
supuesta existencia de un Dios que desee que creamos en
él en lugar de darse a conocer directamente, me refiero,
en primer lugar, al problema de cómo saber que sois
vosotros quienes estáis en comunicación con Dios,
si es que alguien lo está, pues eso mismo proclaman los
dirigentes de otras religiones, de forma que, si tuviera que
aceptar las doctrinas de todo el que dijera que hablaba en el
nombre de Dios, en tal caso me volvería loco.
¿Podrías darme alguna prueba de que sois vosotros
quienes estáis en comunicación con Dios?

-¿Acaso no conoces los milagros realizados por
Dios, por la Virgen y por los santos?

-He oído hablar de sucesos milagrosos pero no he
sido testigo de ninguno. Además, he oído hablar de
ellos no sólo en tu religión sino en todas las que
conozco. Así que con ese argumento tendría que
aceptar que todas las religiones son verdaderas.

-En cierto modo te comprendo, pero ten en cuenta que los
milagros de Lourdes o de Fátima son auténticos
milagros y no mentiras como las de los embaucadores de otras
religiones. ¿No te das cuenta de que la propia
grandiosidad del santuario de Lourdes y los miles de personas que
acuden allí continuamente sería incomprensible si
no fuera por los milagros que la Virgen ha realizado en quienes
acuden a ella con auténtica fe?

– De acuerdo. Ya sé que Lourdes está
siempre muy concurrido y que se habla de que allí en
alguna ocasión ocurren milagros. Pero, sinceramente, me
parecen milagros bastante sospechosos: ¿Por qué la
Virgen se preocuparía de ayudar a un paralítico con
dinero suficiente para viajar a Lourdes y no se iba a preocupar
de los miles de niños que cada día mueren de hambre
en África o en otros lugares del mundo y que no pueden
viajar a Lourdes porque no tienen dinero ni para un plato de
comida? ¿Por qué para obtener los favores de la
Virgen habría que acudir a Lourdes o a algún otro
santuario especial? ¿Acaso la Virgen no podría
hacerlos en cualquier lugar de la tierra o donde de verdad se
necesiten?

-¿Quiénes somos nosotros para pedir
cuentas a Dios o a la Virgen de los motivos de sus decisiones y
de sus milagros?

-Si desde el principio partes de la aceptación de
la existencia de un Dios incomprensible, desde esa base
tendría que aceptar el valor de cualquier religión
igual de irracional, pero me parece que en ese caso, al renunciar
a mi propia razón como criterio para mis decisiones y para
mis actos, me convertiría en una especie de borrego, y la
verdad es que, aunque no tengo nada contra los borregos, no me
atrae demasiado anular mi razón para ser uno de ellos.
Además, si en principio con lo único con que cuento
para la búsqueda de la verdad es con mi propia
razón –además de mis sentidos, con los que
puedo ver y comprobar algunas cosas-, ¿qué
argumento podrías darme para convencerme de que debo
olvidarme de la razón para aceptar esa fe de que me
hablas? ¿No te parece que, si no me das al menos un
argumento sólido, no tiene sentido que abandone mi propia
razón? ¿No te das cuenta de que incluso para
abandonar la razón necesitaría de una razón
y que, por ello mismo, la misma fe tendría que seguir
estando subordinada al menos a esa razón? ¿No
comprendes que, por eso mismo, la razón seguiría
teniendo un valor superior al de la esa fe a la que tanto valor
concedes? En resumidas cuentas: Si me pides que renuncie a la
razón para aceptar ciegamente la fe, incluso para ello
debo basarme en una razón; mientras que si me dices que la
fe es racional o razonable, en tal caso sólo puedo decirte
que, por más que he buscado, no he encontrado ninguna
razón que me conduzca a dar ese paso por el que debiera
anular mi razón y aceptar esa fe de que me
hablas.

-Veo que te sientes muy orgulloso de tu insignificante
razón. Si sigues por ese camino, no llegarás a
ningún sitio. No tienes más opción que
seguir guiándote por esa racionalidad tuya, tan pobre, o
acogerte a la seguridad y a la fuerza de la gracia divina de la
fe. No voy a seguir discutiendo contigo. ¡Tienes dos
opciones: la razón o la fe! ¡Tú sabrás
lo que haces!

-Te entiendo. Me planteas la existencia de un dilema: O
bien me dejo guiar por mi razón o renuncio a ella para
aceptar de manera irracional los "misterios" y "dogmas" de tu
religión. Pero todo eso que vosotros colocáis en el
terreno de la fe, todo eso a lo que llamáis "misterio" es
lo que en Lógica se conoce como "contradicción" o,
en el mejor de los casos, simplemente como proposición
consistente, que podría ser verdadera o falsa, pero que
desconocemos si es una cosa o la otra. Y pretender que haya que
aceptar como verdad toda esa serie de contradicciones o de
afirmaciones gratuitas es pretender que deba renunciar a la
razón para convertirme en un borrego dispuesto a comulgar
con ruedas de molino.

-¡Las doctrinas de nuestra iglesia son la palabra
de Dios! ¡Allá tú y tu soberbia racionalista
si no quieres aceptarlas!

-¡Bueno, bueno. No nos enfademos! Vive como mejor
te parezca, pero deja que los demás hagamos lo mismo y no
pretendas imponer tus doctrinas partiendo ya del presupuesto
gratuito de que te encuentras en posesión absoluta de la
verdad.

-¡Pero cómo te atreves a hablarme
así! Tenemos una tradición de dos mil años
que viene desde Jesucristo. ¿Te parece que es más
razonable aceptar tus orgullosas ocurrencias que el peso de una
tradición de tantos siglos en los que la Iglesia
Católica se ha encargado de trasmitir el mensaje de Cristo
de generación en generación?

-No entiendo por qué calificas de "orgullosas
ocurrencias" a lo que simplemente es mi deseo de ser riguroso a
la hora de aceptar o no como verdad las ideas que cualquiera
pueda defender. ¿No te parece que con el mismo derecho
podría decir yo que tus ideas son simples
delirios?

-¡Dejemos el tema! ¡Ya veo que no tienes
remedio!

Un diálogo como éste reflejaría
adecuadamente la repuesta de los caciques de la Iglesia
Católica a estas críticas.

Su desprecio de la racionalidad humana pudo
comprobarse una vez más en la encíclica Fides
et ratio
de Karol Wojtyla, en la que criticó la
filosofía cartesiana y la de la Ilustración del
siglo XVIII, incluida la del propio Kant, teniendo el
atrevimiento de llamar a la filosofía de esa época
"ideología del mal", a pesar de que tanto Descartes era un
sumiso servidor de la Iglesia Católica y a pesar de que
Kant creía en la existencia de Dios e incluso la
veía como el tercer "postulado de la razón
práctica", aunque criticase la "teología racional".
Parece que si el señor Wojtyla criticó a Descartes
y a los filósofos que después le siguieron fue
especialmente porque dejaron de entender la Filosofía como
"sierva de la Teología" ("ancilla Teologíae") y
comprendieron que la Filosofía debía construirse
sin prejuzgar nada o, como dijo Descartes, desde una duda
metódica absoluta acerca de la verdad de todas las
enseñanzas que había recibido en cuanto
debía fundamentarlas racionalmente -y también con
la ayuda de la experiencia- para estar seguro de su verdad. Es
cierto, por otra parte, que Descartes no fue bastante valiente y
por miedo al enorme poder de la Iglesia Católica de su
tiempo no se atrevió a someter las creencias religiosas al
tribunal de la razón. Pero, en cualquier caso, lo que
molestó al señor Wojtyla fue esa valoración
de la razón que recobró la fuerza que había
tenido en sus primeros siglos y que progresivamente se fue
liberando de la fuerza represiva de las autoridades religiosas a
la hora de tratar de imponer a la sociedad qué doctrinas
debían aceptar y qué doctrinas debían
rechazar. Dicen que la ignorancia es atrevida y, desde luego, el
señor Wojtyla fue un buen ejemplo de ello, pues en aquel
siglo XVII se atrevió a condenar a Galileo simplemente
porque fue un científico extraordinario y no tuvo
inconveniente en defender doctrinas contrarias a las defendidas
en la Biblia, no porque Galileo fuera contrario a la
religión sino porque por encima de todo buscaba la verdad
hasta el punto de haber creado el método experimental, tan
decisivo para el desarrollo de la Ciencia a lo largo de los
últimos siglos. Lo más grave para el
arrogante orgullo de los caciques de la Iglesia Católica
fue que Galileo estaba en lo cierto y que la Biblia,
¡palabra de Dios!, estaba equivocada.

 

 

Autor:

Antonio García
Ninet

Doctor en Filosofía

[1] Romanos 3:27-28.

[2] Juan, 5: 24.

[3] Juan, 3:14-17.

[4] Lucas, 22:36-38.

[5] Romanos, 1:17.

[6] “El Señor, el Dios de los
dioses, habla y convoca a la tierra desde oriente a
occidente” (Salmos 50:1).

[7] “[Ezequías oró
así] -Señor, Dios de Israel, que te sientas sobre
los querubines, tú eres el Dios de todos los reinos de
la tierra, tú has hecho el cielo y la tierra […]
Te suplico, Señor, Dios nuestro, que nos libres de su
poder [del de los reyes de Asiria], para que todos los reinos
de la tierra sepan que tú, Señor, eres el
único Dios” (2 Reyes, 19:15).

[8] Romanos, 4:24-25.

[9] Romanos, 3:28.

[10] Gálatas, 5:6.

[11] 1 Corintios, 13:2-3.

[12] Romanos, 13:8-9. Además y como
confirmación del valor de este punto de vista puede
hacerse referencia a otro pasaje como el siguiente:
“Entonces, ¿qué? ¿Nos entregaremos
al pecado porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia?
¡De ninguna manera! Sabido es que si os ofrecéis a
alguien como esclavos y os sometéis a él, os
convertís en sus esclavos: esclavos del pecado, que os
llevará a la muerte; o esclavos de la obediencia a Dios,
que os conducirá a la salvación. Pero, gracias a
Dios, vosotros que erais antes esclavos del pecado,
habéis obedecido de corazón la doctrina que os ha
sido transmitida, y liberados del pecado os habéis
puesto al servicio de la salvación” (Romanos,
6:13-18). Ya antes, en diversos libros del Antiguo Testamento y
en los evangelios, se había defendido esta misma
máxima defendida por Pablo de Tarso:
“Amarás a tu prójimo como a ti
mismo”.

[13] Romanos 3:27-28.

[14] Romanos, 10:9.

[15] Escribo estos términos
entrecomillados porque me parece tan absurdo afirmar la
existencia de “un conocimiento racional de Dios”
como afirmar la existencia de “un conocimiento de lo
inexistente”, como lo sería lo referente a ese
supuesto Dios, que se ha mostrado como contradictorio o como
simplemente antropomórfico.

[16] Juan, 3:18.

[17] Marcos, 1:15.

[18] Lucas, 17:6.

[19] Pablo: Gálatas, 1:16. La cursiva
es mía. El valor absoluto que Pablo concede a esa fe
para conseguir la salvación aparece de manera
inequívoca en diversos pasajes de sus cartas, como los
siguientes: Romanos, 3:28, Romanos, 10:10, Gálatas, 3:
24-25 y Filipenses, 3:9.

[20] I Corintios, 15:17.

[21] Santiago, 2:26.

[22] Romanos, 9:15.

[23] Gálatas, 2:16.

[24] Romanos, 5:17.

[25] En Eclesiástico, una obra de la
Biblia perteneciente al siglo II a. C., se dice: “Por la
mujer comenzó el pecado, por culpa de ella morimos
todos” (25:24). Este pasaje, que hace referencia a la
doctrina según la cual, mientras Adán y Eva
estuvieron en el paraíso no estaban condenados a tener
que morir, pero que a raíz de su desobediencia a Dios
fue expulsada del paraíso y condenada entre otras cosas
a tener que morir, pudo ser en cierto modo un motivo para que
posteriormente surgiera la idea mucho más grave de que
la mujer era la causa de que todo los seres humanos nacieran
con el pecado original. Pero evidentemente Eva no era culpable
de la presencia de la muerte en el mundo; si acaso, de la suya
propia, y ni siquiera, teniendo en cuenta que todas las
acciones humanas habrían estado predeterminadas por
Dios.

[26] Romanos, 8:18.

[27] Romanos, 10:9.

[28] Pablo: 1 Corintios, 15:17.

[29] Un análisis detallado de la
problemática que plantea la valoración moral de
la fe puede encontrarse en este mismo trabajo, en el
capítulo correspondiente.

[30] Carta de Santiago, 2:24.

[31] 1 Juan, 4:10.

[32] Aurelio Agustín:
“Homilía VII”, párrafo 8.

[33]

[34] Romanos, 9:11-12.

[35] Romanos, 9:18.

[36] Gálatas, 3:24-25.

[37] Romanos, 9:11-12.

[38] Así, por ejemplo, en los
capítulos 89 y 90 del libro III de la Suma contra los
gentiles, Tomás de Aquino, criticando a Orígenes
(185-254), defiende la tesis de que Dios no sólo es la
causa de la existencia de la voluntad humana como potencia,
sino también la causa de las elecciones concretas de la
voluntad: “Algunos, no entendiendo cómo Dios puede
causar el movimiento de nuestra voluntad sin perjuicio de la
libertad misma, se empeñaron en exponer torcidamente
dichas autoridades [de la Biblia]. Y así decían
que Dios causa en nosotros el querer y el obrar, en cuanto que
causa en nosotros la potencia de querer, pero no en el sentido
de que nos haga querer esto o aquello. Así lo expone
Orígenes […]. De esto parece haber nacido la
opinión de algunos, que decían que la providencia
no se extiende a cuanto cae bajo el libre albedrío, o
sea, a las elecciones, sino que se refiere a los sucesos
exteriores. Pues quien elige conseguir o realizar algo, por
ejemplo, enriquecerse o edificar, no siempre lo podrá
alcanzar […]. Todo lo cual, en verdad, está en abierta
oposición con el testimonio de la Sagrada Escritura. Se
dice en Isaías: Todo cuanto hemos hecho lo has hecho
tú, Señor. Luego no sólo recibimos de Dios
la potencia de querer, sino también la
operación”. Así pues, la perspectiva de
teólogos como Orígenes acerca del acto voluntario
salvaría la libertad del hombre, pero no la omnipotencia
divina. Sin embargo, desde la perspectiva de Tomás de
Aquino se salvaría la omnipotencia divina pero no la
libertad humana. Insistiendo en este mismo punto de vista,
añade Tomás de Aquino un poco más
adelante: “Dios es causa no sólo de nuestra
voluntad, sino también de nuestro querer”. Y en el
capítulo siguiente concluye así: “Por
consiguiente, como Él es la causa de nuestra
elección y de nuestro querer, nuestras elecciones y
voliciones están sujetas a la divina
providencia”.

[39] Suma contra los gentiles, 7, III, c.
147.

[40] O.c., c. 149.

[41] O.c., c. 161. La influencia de San Pablo
sobre estos planteamientos parece evidente, pues en su
Epístola a los Romanos escribió lo siguiente:
“¿Acaso la figura plasmada dirá a su
plasmador: ‘¿por qué me hiciste
así?’ ¿O no tiene potestad el alfarero
sobre el barro para hacer de la misma masa un vaso para honor y
otro para afrenta? (Romanos, 9:20-21). Por su parte, Nietzsche
critica estos planteamientos cuando escribe: “Demasiadas
cosas le salieron mal a ese alfarero que no había
aprendido suficientemente el oficio. Pero eso de vengarse en
sus cacharros y en sus criaturas, porque le habían
salido mal a él, eso fue un pecado contra el buen
gusto” (Así habló Zaratustra, p. 289.
Planeta-De Agostini, Barcelona, 1992).

[42] O.c., c. 163.

[43] Ibídem.

[44] Los capítulos XXIV y XXV son
complementarios de éste.

Partes: 1, 2
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